Aprender a reconocer la calidad de un vino tiene que ver con ejercitar el sentido de la observación y el análisis
Por un lado para interpretar adecuadamente el contenido de la etiqueta y por otro con la estimulación los sentidos vinculados al disfrute del vino. En este último campo en concreto nos referimos a la vista, el olfato y el gusto.
A continuación, explicamos con detalle cuáles son las principales pautas que nos permiten calibrar la calidad del licor que vamos a consumir.
La etiqueta: manual de instrucciones del caldo que vamos a consumir
El primer paso de cuando nos acercamos a adquirir un vino, es consultar con detalle la información que nos ofrece la etiqueta. En el caso de los vinos destinados a la exportación, también es fundamental agregar el país de origen.
En ella encontramos dos componentes esenciales, que nos informan sobre la calidad de la bebida:
- Por un lado, sobresale la marca, que es un indicador a través de la cual se refleja parte de la historia y la personalidad del vino.
- Por otro lado, está la denominación de origen, que nos asegura la calidad y características de este producto.
En la etiqueta también encontraremos otros datos relevantes que aportan pistas sobre la enjundia del vino que vamos a consumir, cómo el número de botellas que integra la cosecha que vamos a degustar, el volumen, el contenido de alcohol, la información de la bodega o detalles de la variedad de la uva.
Tras esa primera labor de exploración, centrada en la búsqueda física y el análisis intelectual, entramos en un momento más vivencial a la hora de evaluar las cualidades del licor que hemos seleccionado.
El color del vino: indicador de la calidad y la tonalidad del mismo
Cuando la ocasión lo amerita, descorchamos la botella que hemos elegido en compañía de los seres queridos o los amigos. Se pone en marcha en ese momento un complejo desarrollo sensorial, que nos permite captar los matices de la calidad de un vino.
En esa parte del proceso, el primer paso se centra en la observación. En esa fase visual, resulta pertinente inclinar la copa de vino unos 45 grados. Gracias a ese gesto, podemos apreciar con todo detalle cuál es el color del vino.
En ese sentido, hay que aclarar que el color es importante porque nos indica la calidad y tonalidad. Ambos factores nos informan también sobre cuál es la edad del vino, así como el tiempo en el que se ha elaborado. Otros aspectos relevantes son la intensidad, la nitidez, o si tiene burbuja o lágrima, entre otros detalles.
En segundo lugar, se activa el sentido del olfato. La idea es acercar la nariz hasta el interior de la copa, para tratar así de reconocer si los aromas proceden de la uva o de las frutas sobre el terreno.
Para determinar esos matices, previamente tenemos que haber ejercitado la memoria y el desarrollo sensorial.
Por ejemplo, los aromas primarios proceden de la variedad de la uva, los secundarios de la fermentación y los terciarios de la crianza y maduración de la botella.
Factores que delimitan el equilibrio de un vino
El tercer sentido que podemos emplear es el del gusto, que te permitirá apreciar el equilibrio del vino.
Para explicar cómo se consigue alcanzar esta cualidad, conviene anotar que se trata de lograr una armonía entre el sabor dulce, el agrio, el amargo y el salado. En el caso de que podamos registrar todos estos sabores, se dice que ese vino es un vino redondo.
Lo cierto es que cada persona es distinta y tiene receptores olfativos y gustativos distintos. En ese sentido, conviene matizar que la cata es una técnica objetiva (en su afán por describir matices y sabores de la manera más neutra posible), aunque comporta una inevitable carga subjetiva (referida a la sensibilidad y aptitud que cada persona tiene para percibir esos detalles con sus sentidos).
La cata resulta pues un ejercicio de memoria, que solo se puede ejercitar con el tiempo.
Los criterios que permiten apreciar la calidad de un vino blanco y de uno tinto
También es interesante diferenciar cualidades y matices en función del tipo de vino que probemos.
Por ejemplo, existe cierto consenso en reconocer que un blanco debe tener una fuerte acidez, ser afrutado y dejar cierto frescor en la boca.
Por su parte, en los tintos no debe notarse esa acidez característica de los blancos; al contrario: deben ofrecer más fuerza e intensidad y nunca imprimir aromas rancios o mohosos.
Otro aspecto interesante a abordar es el de los posos. Al contrario de lo que hace pensar cierta creencia generalizada que se ha instalado en el imaginario colectivo, los posos en un vino son más una virtud que un defecto.
La razón es que esos posos son consecuencia de una sustancia que existe de forma natural en el vino: los bitratratos, que es una sal que se precipita en forma de cristales. Esos bitratratos se depositan en el fondo de la botella, siempre y cuando ésta haya sido tratada y almacenada de forma correcta.
Por lo tanto, los posos son señal de buen envejecimiento y buena conservación. No obstante, para muchas personas resulta incómodo cuando llegan a la boca al beber, por lo que en estos casos se recomienda una decantación previa del vino.
Factores objetivos que anticipan el valor de un vino
Igualmente relevante es el año de cosecha o añada. Tanto es así que las etiquetas de vino deben incluir también el año de la cosecha de la uva. Aunque aportar este dato no es obligatorio, lo cierto es que resulta muy útil, porque representa un indicativo de la calidad de la bebida que vamos a consumir.
En el caso de los vinos de origen español, este dato vendrá muchas veces acompañado del tiempo de envejecimiento del vino en barrica y en botella. De acuerdo al tiempo que haya reposado el vino en barrica y en botella, podremos diferenciar entre vino joven, crianza, reserva y gran reserva.
En síntesis, las indicaciones objetivas son las verdaderamente eficaces para conocer alguna de las características que tendrá un vino sin necesidad de probarlo, pues están reguladas y son más complicadas de manipular. Hablamos de aspectos como las variedades de uva, la añada o el método de vinificación.
Por último, la persistencia es una cualidad común a todos los buenos vinos. Un vino se define como «persistente» o «largo» cuando sus aromas y sabores perduran en el paladar largo tiempo después de haber ingerido el líquido.
Dicho en pocas palabras: a mayor persistencia, mayor calidad. Cuando ésta se prolonga más de diez segundos, estamos ya ante un muy buen vino. Si persiste más de veinte, estamos ante un vino excelente.