Es primavera, pero la temperatura y la climatología de toda la peninsula es igual de diversa y cambiante como el recetario tradicional de sus gentes.
La Semana Santa es un período de ocio y actividades donde, aparte de ahondar en la cultura e historia de una de nuestras más solemnes tradiciones, también es el momento idóneo para hacer turismo gastronómico y probar esos maravillosos platos que podemos encontrar durante la semana de pasión.
La diversidad que encontramos a lo largo y ancho de nuestra geografía nos hace ser concretos y vamos a enumerar los lugares que consideramos más interesantes, ya sea por su tradición culinaria o bien por su diferenciación frente a otras propuestas a lo largo de año.
La Semana Santa se vive en primavera, pero la temperatura y la climatología de toda la peninsula es igual de diversa y cambiante como el recetario tradicional de sus gentes. A continuación enumeramos cinco ejemplos del mejor maridaje entre Semana Santa y gastronomía de nuestro país.
Cuenca y su Atascaburras.
Una de las semanas santas más populares de nuestro país, la conquense, celebra sus desfiles en su impresionante casco antiguo medieval. Uno de esos desfiles, el de Las Turbas, en la madrugada del Viernes Santo, alterna instantes de estruendo de tambores y clarines con el más absoluto silencio mientras se reza el miserere.
Es el momento perfecto para recordar a los antiguos pastores con el plato que tomaban los pastores en los crudos días del invierno, que en muchos caso aún no se ha ido del todo. Se trata del Atascaburras, que consta de patata cocida aplastada con migas de bacalao, ajo, aceite, huevo duro y nueces. Potencia calórica sin carne de por medio.
Sevilla y el Potaje de Vigilia.
Quizá la sevillana sea la Semana Santa más popular en España… y en el mundo. La difusión internacional han hecho de esos días un autentico reclamo turístico de gentes de todas partes del mundo. Su «madrugá» reúne a cientos de miles de personas en las estrechas calles del centro de la capital andaluza.
Uno de los platos que más se consume en estas fechas en Sevilla es el potaje de vigilia, que lleva garbanzos, espinacas, bacalao y huevo duro. Se toma muy caliente y es el máximo exponente, junto a las torrijas, de la gastronomía de estas fechas.
Málaga y sus Buñuelos de bacalao
Una Semana Santa andaluza más templada que las vividas en el interior es la que atrae el fervor popular que se vive en Málaga. Durante siete días las calles se llenan de un público muy devoto a las divinidades locales, los lugareños y turistas quieren ver pasar de cerca a sus «Cristos y Vírgenes» mientras se escuchan saetas desde los balcones.
Cómo estamos en puerto de mar, el pescado es el mejor exponente. El bacalao es el pescado típico de la Semana Santa malagueña. Y como es la tierra de la mejor fritura del mundo, los buñuelos de bacalao abundan, los podemos comer bien en platos o bien en cucuruchos, dentro de los hogares o en las calles de la ciudad, siempre están deliciosos.
León y las Torrijas.
Interior y al norte se encuentra las austera castellana provincia leonesa. Recogida y silenciosa es la Semana Santa de León, que celebra la pasión de Cristo en un ambiente donde las torrijas destacan por la variedad de ingredientes, saltando de la más antigua tradición culinaria a la sofisticación de las reposterías creando variedades de todo tipo, desde las tradicionalmente dulces (leche, azúcar, canela y miel) hasta las vanguardistas y novedosas con queso parmesano, chorizo, patata o cecina añadida.
Palencia y las Patatas a la Importancia
Simples pero sabrosas son las recetas tradicionales y en la propuesta palentina tenemos un claro exponente.
La fe, el silencio y el recogimiento dotan a la Semana Santa de Palencia de una trascendencia que llega a todos los rincones del centro de la capital, muy en consonancia con las demás ciudades castellanas.
Ahí encontramos las patatas a la importancia, un plato palentino exportado al resto de la geografía española, como el caso de Madrid, donde combina una fritura de patatas enharinada y rebozada en huevo, a la que se le añade un majado de azafrán, ajo y perejil junto con una reducción de vino blanco.
Se sirve en cazuela de barro y cuando lo pruebas algo cambia…, siempre para mejor.